El Papa FRANCISCO, ''según'' Juan Arias -Diario El País-
Un jesuita que posee “racionalidad y fe”, como afirman quienes le conocen de cerca, que además de teología ha estudiado psicología y literatura, y que al mismo tiempo ha escogido como símbolo papal un “corazón franciscano”, puede llegar a ser más que un mero líder espiritual de una Iglesia.
A una madre que desesperada, se le quejaba, en Buenos Aires, de que su hijo joven había abandonado la fe, el entonces cardenal Bergoglio, le preguntó: - “¿Sigue su hijo siendo una buena persona que se interesa por los demás?” - La mujer le dijo que sí. - “Entonces quédese tranquila. Su hijo sigue creyendo en lo que debe creer”, la consoló.
El viernes santo pasado, el papa Francisco se echó en la Iglesia de bruces al suelo en adoración no a los poderes del mundo.
Lo hizo en señal de fidelidad a aquel Jesús que predicaba que - “quién defiende la propia vida la perderá” y que - los “que se humillan serán ensalzados”. Los cobardes, al final, son ya vivos muertos, como decía Gandhi.MADRID. 30 Marzo
2013. EL PAIS. La Iglesia ha encontrado un líder ¿Y el mundo político? – La
Iglesia ha sido más rápida que el mundo político. Ambos estaban hasta ayer en
profunda crisis de identidad.
La Iglesia hundida
en sus escándalos vaticanos y convertida en un “fósil”, en expresión dura del
teólogo brasileño Leonardo Boff, con sus iglesias vendidas para convertirlas en
salas de fiestas nocturnas y los confesionarios en muebles bar. Y el mundo
político se encuentra perdido en una profunda crisis, no sólo económica sino
también de valores, huérfano de liderazgo, en plena revuelta civilizatoria sin
saber por donde tirar.
Ambas
instituciones, la religiosa y la laica, se arrastran sin horizontes para sus
jóvenes generaciones, dando palos de ciego.
En ese panorama, la
Iglesia, con sus dos mil años de historia, sus santos y demonios, sus
inquisiciones y sus mártires de la caridad,
- ha conseguido
encontrar un líder mundial
- cuando empezaba a
resbalar por el barranco de la desesperanza.
Y lo ha hecho a
través de un puñado de cardenales, la mayoría ancianos y conservadores,
reunidos durante dos semanas en Roma, sin grandes alharacas y revestidos de
misterios y secreto, pero que
- se dieron cuenta
que el eje del mundo ha cambiado,
- ya no es Europa,
sino que se ha trasladado a los países emergentes.
- La Iglesia acabó
viéndolo y se fue a buscar el nuevo líder a las Américas.
“Me buscaron muy
lejos”, subrayó significativamente el papa Francisco al aparecer en el balcón
la tarde de su elección.
El papa Francisco,
que sigue llamándose sacerdote y obispo, no papa, se ha convertido, en menos de
un mes al mando de la nave Iglesia, en el personaje más en vistas del planeta,
como un día lo fueron un Gandhi o un Luther King.
Con un puñado de
gestos simbólicos,
- ha dado rienda
suelta a una auténtica revolución religiosa y política
- que empieza a
resonar más allá de la misma Iglesia.
¿Y el mundo
político qué está esperando?
Una vez Stalin preguntó cuantos ejércitos tenía el papa de Roma.
Hablaba de armas,
pero
- la Iglesia es un
ejército con otras armas en sus manos, que empezaban a oxidársele
- Es una
institución, a pesar del peso de errores que arrastra, de las mejor organizadas
del mundo, que
cuenta con la friolera de
- 1.200 millones de
fieles,
- un ejército de
más de 1.000.000 de sacerdotes y religiosos,
- con 114.736
instituciones asistenciales en el mundo;
- 5.246 hospitales;
- 74.000
dispensarios y leproserías;
- 15,208
residencias de ancianos incurables;
- 1.046
universidades;
- 205.000 colegios;
- 70.000 asilos
nido con 7.000.000 de alumnos;
- 687.282 centros
sociales y
- 131 centros de
personas con sida en 41 países.
Una vez el líder
comunista italiano Enrico Berlinguer, que no era creyente pero
acompañaba los domingos a misa, a su mujer e hijos que si lo eran, a los que
esperaba en la puerta de la Iglesia, solía decir:“Si nosotros los comunistas
tuviésemos a un millón de mujeres y hombres, como las monjas y religiosos
católicos, con voto de obediencia y dispuestos a cualquier sacrificio, haríamos
una verdadera revolución social”.
Y es esa revolución
social la que el nuevo papa Francisco ha empezado a llevar a cabo en la Iglesia
y que el mundo político parece incapaz de hacerla, sumergido en sus recetas de
sacrificios y recortes a los más débiles, mientras se multiplica como una
cizaña maligna, la corrupción de políticos y banqueros.
Si al mundo de hoy
le falta un gran líder, capaz de devolver esperanza y abrir nuevos horizontes a
una sociedad desencantada y en ruinas,
- la Iglesia parece
haberlo encontrado.
Y no un líder
místico, encerrado en sus rezos, con una visión arcaica y autoritaria de la fe,
sino alguien que ha pedido a los soldados de ese ejército hoy bajo su mando,
que
- dejen de ser “coleccionadores
de antigüedades” y cultivadores de “teologías narcisistas” y
- se vayan a manchar
sus pies con el barro “de las periferias del mundo”,
- donde se
encuentran los más explotados por el poder.
Un jesuita que
posee “racionalidad y fe”, como afirman quienes le conocen de cerca, que además
de teología ha estudiado psicología y literatura, y que al mismo tiempo ha
escogido como símbolo papal un “corazón franciscano”, puede llegar a ser
más que un mero líder espiritual de una Iglesia.
Sus antecedentes
como arzobispo y cardenal de Buenos Aires y sus primeros gestos de desapego a
las apariencias y símbolos del poder vaticano para poner su énfasis en una Iglesia
que debe ser “pobre y para los pobres”, lo están ya convirtiendo
también en una referencia política y social del mundo.
Es justamente el
mundo el que está entendiendo – de ahí la perplejidad y hasta miedo de ciertos
políticos – que el papa Francisco, no es sólo un religioso que se contentará
con lavar los píes a los pobres y visitar favelas.
Los poderosos han
empezado a entender que apostar
- por los
desheredados de la Tierra,
- por la escoria
del mundo,
- por los
desahuciados,
no sólo para
consolarlos, sino también
- para elevarles
social y culturalmente,
- para despertar en
ellos
- la fuerza de su
dignidad como personas,
- sus derechos y su
espíritu crítico, equivale a una nueva revolución mundial.
Y que su mentor
puede acabar siendo más que un mero líder espiritual.
El papa Francisco le dice al rabino judío argentino Skorka, en su
libro Entre el cielo y la tierra que a él “le gusta la
política”, concebida como “la fuerza responsable del bienestar de la gente“.
Le cuenta que
cuando se encuentra con agnósticos y ateos “no les habla de Dios”, sino que les
pregunta si están dispuestos a empeñarse en la lucha contra las
injusticias perpetradas contra los más desamparados del sistema, ya
que eso le basta. “Sólo les hablo de Dios si ellos me hablan”, comenta.
A una madre que
desesperada, se le quejaba, en Buenos Aires, de que su hijo joven había
abandonado la fe, el entonces cardenal Bergoglio, le preguntó:
- “¿Sigue su hijo
siendo una buena persona que se interesa por los demás?”
- La mujer le dijo
que sí.
- “Entonces quédese
tranquila. Su hijo sigue creyendo en lo que debe creer”, la consoló.
Un líder así, puede
crear esperanza en unos y temores en otros, ya que está pidiendo a una
Iglesia anquilosada y en buena parte aburguesada, que salga de la retaguardia
para ir a combatir a la primera línea del frente, puede acabar convirtiéndose
en una referencia mundial de lo que el teólogo Boff llama “un liderazgo no
autoritario, de valores universales en el que lo importante no es ya la
institución Iglesia sino la humanidad y la civilización que hoy pueden ser
destruidas”.
Como un día
surgieron líderes capaces de sacudir al mundo como Gandhi, Luther King o
Mandela, entre otros, es posible que a esa lista de líderes contra la violencia
y contra las discriminaciones de los diferentes, haya que añadir pronto al papa
Francisco.
Eso si le dejan
actuar en paz, sin blindarle en los palacios vaticanos, que por
ahora ha descartado, impidiéndole de acercarse y de escuchar demasiado a la
gente.
En Brasil, para el
viaje a Río del papa, el próximo julio, con motivo de la Jornada Mundial de la
Juventud, las autoridades le han preparado un blindaje de 750 policías civiles
y militares para proteger su vida, y que le acompañarán día y noche.
No será fácil, sin
embargo, blindar del todo a un papa que ha pedido a los sacerdotes del mundo
entero que no tengan miedo de “perder la propia vida”, si su empeño
social y religioso se lo exigiera.
Jesús fue
crucificado con poco más de 30 años. Los primeros cristianos, apóstoles,
obispos y papas acabaron todos mártires de su fe y de su desobediencia al poder
que les pedía que se arrodillase ante él.
El viernes santo
pasado, el papa Francisco se echó en la Iglesia de bruces al suelo en adoración
no a los poderes del mundo.
Lo hizo en señal de
fidelidad a aquel Jesús que predicaba que
- “quién defiende
la propia vida la perderá” y que
- los “que se
humillan serán ensalzados”.
Los cobardes, al
final, son ya vivos muertos, como
decía Gandhi.