El pasado martes, día 10, fallecía, a la edad de 82 años, en el domicilio familiar de la Plaza Mayor madrileña, D. Pedro Jericó Serrano, hermano de nuestro amigo y compañero José María Jericó. El próximo martes, día 17, a las 19,00 horas, se celebrará en la Iglesia de San Ginés, situada en la calle del Arenal de Madrid, una misa por su eterno descanso.
SU BIOGRAFIA TAURINA. Pedro nació en el pueblo de Torrejón de Velasco (Madrid) trasladado, al poco de nacer, a la capital junto a sus padres, desde temprana edad demostró tener alma rebelde y de aventurero. Así, vivió la aventura de vestirse de luces una mañana madrileña, en la que junto a otros jóvenes, soñaba cual Quijote de ‘La Mancha’ madrileña, ganar batallas imaginarias emulando a los grandes maestros del toreo. La becerrada aquella, una mas, de las que entonces organizaban las asociaciones gremiales madrileñas (comercio, hostelería, etc.) lleno los tendidos de la plaza de Las Ventas de amigos y gentes del barrio ansiosos por ver triunfar a aquellos chavales llenos de miedos e ilusiones. El resultado es lo de menos, lo importante es como se sintió Pedro aquella primaveral mañana con su terno de luces, haciendo el paseíllo en la primera plaza del mundo. Luego no paso nada, pero él siempre sintió la llamada de la Fiesta y le gusto de tener amigos entre las gentes del toro, con los que convivir los entresijos del mundillo taurino.
En los últimos años, le gustaba evocar tiempos pasados cuando no existían escuelas taurinas, plazas cubiertas, exclusivas, fecundación in Vitro, toros artistas, etc. Cuando al toro de salida lo paraba el peón de confianza. Cuando el apoderado era independiente y respetado, y el torero se ganaba, tarde a tarde, los contratos de una corrida tras otra. Cuando de verdad el cortar una oreja en Madrid valía su peso en oro. Cuando en el mundo del toro todos los acuerdos se sellaban con un apretón de manos que nadie se atrevía a deshacer. Cuando cada uno jugaba su rol y era lo que era, no el tres en uno como ahora –empresarios, ganaderos y apoderados-. Tiempos en los que la gente entendía y comprendía la fiesta más que ahora y había aficionados dispuestos a embargar el colchón para poderse sacar una entrada para ver a su ídolo. Tiempos en los que todo era más puro, más autentico y las gentes del toro se tenían más respeto. Así lo veía y soñaba, junto a sus amigos del barrio entre los que se encontraban los hermanos Peinado -primos de los Dominguines-, la familia del buen y malogrado torero de Navalcarnero, Félix Colomo y su hijo Felisin, como él lo llamaba. O en las periódicas visitas que realizaba a las ganaderías que pastaban a las orillas del Manzanares, en los términos de Vaciamadrid y San Martín de la Vega donde en las noches de luna llena gustaba de echar un cigarro y charlar con los vaqueros a la par que contemplaba las reses y sentía en la lejanía el sonido de los cencerros de los mansos, extasiándose de la paz del campo y de la noche.
Su cuerpo fue incinerado y según su deseo, sus cenizas fueron esparcidas en el río con el que mantuvo un romance casi lorquiano con sus gitanitos, entre los que se encontraba tan a gusto y con los toros bravos de su amigo el ganadero y ex matador de toros, Mariano García de Lora. Seguro que buena parte de ellas, se quedaran estancadas en la orilla del río para poder seguir contemplando esas noches estrelladas con las que tanto disfrutaba. Así era el hermano de José María Jericó, nuestro amigo y compañero.
Descanse en Paz.
lunes, 16 de abril de 2012
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