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DR. EDUARDO BONET |
“No muere el hombre si su muerte vive...” (Lucano) / Por Matías Barco
El Dr. Bonet fue un reconocido y respetado AFICIONADO TAURINO, ¡con mayúsculas!, que tuvo la consideración de grandes e históricos mitos de la tauromaquia. Mantuvo una estrecha amistad con el Papa Negro.
MATIAS BARCO. En mi adolescencia, recuerdo que me encontré en más de una ocasión en la “Catedral del Vino” (como lo definió el bueno de Tomás Martínez Pagan), con don Eduardo Bonet, tenía planta de torero, y sin embargo era médico. Sí, allí en el rinconcito de mi amigo José Pascual Alonso propietario de Enoteca El Zamorano, que tuvo la suerte de complacerse con su amistad personal. En aquel lugar, siendo yo un mocoso, estreche la mano de tan ilustre personaje, que en invierno se envolvía en una capa española de color verde aceituna, que manejaba como un capote de brega. ¡Mucho arte en don Eduardo!
Don Eduardo Bonet, pertenecía a esa admirable estirpe de médicos escritores. Cultivó varios géneros literarios, poesía, ensayo y periodismo, siendo este último el que más le entusiasmaba, era habitual seguir sus artículos casi a diario en prensa.
También fue un reconocido y respetado AFICIONADO TAURINO, ¡con mayúsculas!, que tuvo la consideración de grandes e históricos mitos de la tauromaquia.
Por ello, hoy considero de justicia recordar en parte, la figura entrañable de este gran aficionado cartagenero, por lo mucho que dignificó a la Fiesta Nacional en su querida Cartagena.
Existe un intimo capitulo en el libro que editó en 1975, “DIA A DIA (DEL CAMINO)” dedicado a su entrañable amigo don Manuel Mejias Bienvenida “El Papa Negro”, a quién definía como una de las personas con mas casta de las que conoció, por su cordialidad, y por su conversación fácil, enjundiosa y arrebatadora, y a quien con este capitulo, lo recordaba 11 años después de su fallecimiento. Aquí recogemos íntegramente el mencionado capitulo.
Añoranzas de la Feria de San Isidro
El mes de mayo “florido y hermoso”, nos traía desde hace décadas las ilusiones de la madrileña Feria Taurina de San Isidro.
A ella, como a la de Sevilla y Málaga, pero sobre todo, y sin faltar año Madrid, nos llevaban el tronar de esos clarines que se llevan dentro del cuerpo y que comienzan su estridente sonar cuando la primavera verdea las dehesas y los toros ventean el desafío de los tendidos de sol y sombra, y el del hombre vestido de luces. A la Feria de San Isidro hemos sido fieles desde su iniciación hasta hace unos años en que por multitud de razones, entre las que pesan mucho las de orden afectivo, hemos dejado de ir.
En San Isidro nos esperaban los mejores carteles de toros y toreros de la temporada. Y en San Isidro nos esperaba también todo el mundo intrincado, pintoresco, eutrapélico y entrañable a la vez, que rodea al toro y al torero.
Nos aguardaba sobre todo, la inolvidable e impar figura del Papa Negro, de aquel Manuel Mejías “Bienvenida” de mi intimidad y toda su dinastía en pleno, incluida Carmen, la esposa del Papa Negro, sevillana de singular casta y gobernadora sabia y eficiente de aquel cuartel de la calle de General Mola, en donde nos dábamos cita los bienvenidistas de los cuatro puntos cardinales de la España torera.
Nos aguardaba igualmente D. Agustín Mendoza, aquel señorón Conde de la Corte, con quien departíamos en una cervecería de la castiza Plaza de Santa Ana.
Allí también el Maestro “Clarito” el viejo amigo de siempre, aún en plena sazón su sabiduría y su temple. Y con ellos, Alberto Alonso Belmonte, pieza eficaz de la empresa madrileña, José Luis Herrera, el inolvidable Pedro Sánchez Meca, con su casta y su capa, que también se desplazaba a Madrid año a año. Multitud de amigos, de aficionados de aquí y de allá, que nos dábamos cita en el Hotel Wellintong, en el desaparecido Bulevar de General Mola y, sobre todo, en el patio del desolladero de la Plaza de las Ventas. Toreros, periodistas, hombres del toro que se dice en el argot, y aficionadas y aficionados que conformando el rito, pasan por el desolladero antes de ocupar su localidad.
Un ayer cercano, que tintinea como el cascabeleo de las mulillas, aun en estos días en que se consuma mi deserción de la Feria isidril.
He dejado de ir por una serie de circunstancias laborales y sentimentales imbricadas. Pero, sobre todo, yo creo que he dejado de ir porque la Feria sin la compañía, los juicios, el gracejo y la sabiduría del Papa Negro, me resulta insípida.
Convengamos que a la hora actual no hay pasión en los tendidos, que es quien alimenta la fiesta. Convengamos que desde que los toros se caen y va desapareciendo parte sustancial del toreo como es la suerte de varas, la corrida pierde entresijo. Convengamos en que desde que ya no hace falta parar, templar y mandar, y el torero se hace pocas veces con “pasión de enamorado”, que decía y hacia Juan Belmonte, la temperatura emocional y técnica han bajado mucho.
Pero con todo eso, lo que a mí me ha dejado en tierra, es no poder comentar con el Papa Negro, en intimidad, sin publico, como fueron los toros y como estuvieron los toreros.
Siento que sin la rectoría de aquel Manolo Bienvenida, don Manuel de mis entretelas, se ha ido deshaciendo mi ilusión, igual que se deshace en el agua un azucarillo.
Y siento en estos días la nostalgia del Madrid de la Rosaleda, del apartado y sorteo de la mañana con Manuel o con Alberto, de la riada de coches que van hacia las Ventas con la ilusión en el corazón y con la afición vestida de gala. Y siento aún más la ausencia de aquel Pedro Sánchez, el Maestro inolvidable que me contaba cosas de Machaquito y saboreaba las estocadas de Rafael Ortega con el paladar goloso de pureza y de buen saber.
Mas no pierdo la esperanza de que los recuerdos que me entristecen se sedimenten y Dios me dé salud y ganas para reaparecer por el desolladero de las Ventas. Y reanudar amistades y saludos con la alegría de quien siente reverdecer sus ilusiones y como antaño, acudir a la convocatoria de la Feria de la primera Plaza del mundo.
Pero hoy entristecido cierro los ojos y aún escucho en el recuerdo la voz calida, ceceante, de fácil y graciosa expresión diciéndome. “Una tarde en Madrid”, cuando me encerré con seis toros de Trespalacios…. “
D. Eduardo Bonet fue también autor de los libros EL PROBLEMA DE LA MATERNIDAD (1932), MIENTRAS LOS AÑOS PASAN (1950), A TRAVES DE LA NIEBLA (1951), CANCIONES DE OTOÑO (1970), ECOS DEL VIENTO (1971) y EN EL TABLAO Y EN EL RUEDO (1973), con prologo del matador de toros D. Antonio Bienvenida.
Y concluyo, con las palabras con las que inicié este recuerdo al doctor don Eduardo Bonet, y que cita en uno de los capítulos del libro DIA A DIA DEL CAMINO. “No muere el hombre si su muerte vive” (LUCANO).